Los retratos que aparecen en sus libros no hacen justicia a Karin Smirnoff. En la distancia corta, vestida de forma austera, toda de negro, sin joyas ni maquillaje, resalta su belleza vikinga de cabello rubio y piel impecable, pese a la lógica fatiga del viaje que realiza por España para presentar Los colmillos del lince (Destino, 2025), segundo título de la saga Millennium tras Las garras del águila (Destino, 2023). Un viaje que culminó el pasado 16 de mayo en la capital del Turia, donde ofreció una velada especial en el Festival Internacional Valencia Negra (VLCNegra) seguida de la proyección del largometraje Los hombres que no amaban a las mujeres (2012), de David Fincher.
Es lo que se dice saber aprovechar las oportunidades, aunque hay que reconocer su valor u osadía para hacerse cargo de dos personajes tan potentes y carismáticos como Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist y hacerlos evolucionar llevándolos a protagonizar otras historias en otros lugares, con distintos aliados y enemigos. «Un poco de locura por mi parte sí hubo», admite, «pero nada de miedo, no soy de esas personas que se amedrentan de antemano; además, siento a Lisbeth y Mikael como propios y me identifico plenamente con el universo y el espíritu de Millennium: la preocupación por el ascenso de la extrema derecha, la violencia contra las mujeres y la destrucción del planeta».
La clave de la literatura para ella es el tratamiento de los personajes y, además de crear una constelación que arropa a los originales, tiende hilos argumentales para unirlos y transportarlos a su terreno de juego, Gasskas, al norte de Suecia, de donde ella procede y donde se plantea el conflicto en torno a la reapertura de una mina a cielo abierto.
Esa galería de personajes incluye individuos peculiares, como el que ya aparece en Las garras del águila, el Limpiador, un ser solitario que vive en medio de la naturaleza indómita dedicado a alimentar a las águilas marinas y a eliminar los objetivos que le encarga su malvado jefe. Es Joar Bark, cuyo nombre conocemos en la segunda entrega, emparentado con Henry Salo, otro elemento importante, yerno de Blomkvist y político turbio, o el malvado Branco, supremacista depravado, que se desplaza en silla de ruedas rodeado de un cortejo de asesinos. Smirnoff se luce con los personajes instalados en la ambigüedad moral, desde villanos integrales como el tal Branco a malotes con buen fondo como Bark, el exótico chino griego Kostas Long o la enigmática Lo (Lince) que justifica el título, aunque, a la postre, no tiene mucho peso en el relato.
La gran protagonista y mayor acierto de Smirnoff es Slava Hirak, la sobrina de Salander, una adolescente de mente privilegiada y madurez precoz que ha heredado de su padre la insensibilidad al dolor y que, al igual que su tía, crece a la sombra de un padre oscuro, en su caso un padrastro mafioso, y de una madre ausente con la que se comunica de forma muy especial. «Creé a Slava para no dejar sola a Lisbeth», dice Smirnoff. Y así, a través de su sobrina, Salander se humaniza ligeramente sin dejar de ser la de siempre, arisca y huraña, ni bajar la guardia, dedicada a entrenar y torpedear burlonamente a Mikael cuando tiene ocasión. Se debate entre la atracción que siente por una policía y los sentimientos que todavía le inspira su compañero de fatigas.
Por su parte, el periodista, al borde de la jubilación, comienza a sufrir los achaques típicos de los años y otros más preocupantes. La desaparición de la revista Millennium le ha dejado descolocado, aunque intenta reciclarse en el periódico de Gasskas y su relación con su hija no prospera, aunque disfruta de la compañía de su nieto Lucas. Smirnoff lo lleva varias veces al hospital y parece ensañarse con él. «A Mikael le ocurre lo que a muchos hombres de su edad, que se han consagrado a su profesión, obsesivamente, sin preocuparse por quienes le rodean, y que cuando pasan a otra fase vital se sienten solos», comenta Smirnoff, que reconoce su preferencia por los personajes femeninos por el hecho de que le surgen espontáneamente y «porque las mujeres me parecen más interesantes».
Los colmillos del lince arranca con el deshielo primaveral en Gasskas, donde Slava, a punto de cumplir catorce años, vive con sus dos tíos maternos, miembros la comunidad sami dedicados a la cría de renos. La chica se ha unido a un grupo de activistas que se opone a la reapertura de una mina, mientras hace prácticas en el diario local, donde ha entablado amistad con una periodista cuyo cadáver aparece en una fosa. Los acontecimientos que se desencadenan al final de Las garras del águila tienen consecuencias y de nuevo los tres principales protagonistas —Slava, Lisbeth y Mikael— se ven arrastrados al ojo del huracán. Es aquí cuando hay que advertir al lector que no conviene lanzarse al lince sin pasar antes por el águila, porque las complejas y a veces enrevesadas tramas sobre discos duros que contienen tesoros, minas y tensiones raciales hacen que sea fácil extraviarse. «Los libros están concebidos como una saga, y es lógico que sea así», subraya la autora.
Smirnoff no trató personalmente a Larsson, con quien compartía su apellido de soltera, bastante común en Suecia (Smirnoff es el de su esposo, francés de padre ruso), pero comulga con su ideología y preocupaciones sobre el ascenso de la extrema derecha y la destrucción del medio ambiente. «No conocí a Stieg pero me han hablado tanto de él que es como si lo hubiera tratado. Se podría hablar de dos personas diferentes, la que vivió su juventud en una zona rural y la que pasó sus últimos treinta años en Estocolmo. Era un adicto al trabajo, fumador compulsivo, consumidor de grandes cantidades de café y comida basura, además de insomne crónico, una serie de factores que acabaron afectando a su corazón. Murió de un infarto con solo 50 años. Visité en una ocasión la cabaña donde vivía de niño, en la que encontró a su abuelo muerto en la cama que compartían, una experiencia que debió de marcarle».
¿Existen hoy más o menos hombres que «no aman a las mujeres» que cuando empezó a difundirse la saga? «No ha cambiado gran cosa, la violencia machista sigue siendo algo común». Lo que sí ha cambiado, y para empeorar, es Suecia. Del mundo cuasi utópico de igualdad y libertad sexual que describió Enrico Altavilla en un libro muy leído en la España de los setenta, Suecia: infierno y paraíso, poco queda. «Mi país vivió una época dorada porque se recuperó rápidamente tras la Segunda Guerra Mundial al no haber participado en ella, y gracias al bienestar económico reinaba un ambiente de igualdad social y entre hombres y mujeres. Pero a partir de la crisis de los ochenta, ese equilibrio se rompió y la situación social se ha ido degradando. Hoy tenemos los mismos problemas o incluso más que otros lugares de Europa, como la violencia de bandas armadas».
El problema que aborda directamente en sus libros de la saga Millennium es la explotación de minas de minerales raros por empresas extranjeras. «Por desgracia, no ocurre únicamente en Suecia, pero el resultado siempre es el mismo: una firma foránea se instala durante diez o quince años en un territorio para extraer sus minerales valiosos sin miramiento alguno con el paisaje ni con los humanos que lo habitan y sobreviven de sus recursos. Es curioso que muchas veces esos minerales, los llamados raros, son utilizados para alimentar las energías limpias. Una feroz contradicción. Yo no elijo un bando en esa lucha, pero describo el conflicto que supone y que tiene un coste muy elevado».
No se declara animalista explícitamente, pero los animales están muy presentes en sus historias, más como víctimas que como depredadores, pese a moverse en un entorno salvaje. Presentes de forma conspicua en los títulos: águila, lince… Renos y perros asesinados… ¿Qué animal totémico y simbólico para la tercera entrega ya en marcha. «Todavía no lo he decidido. Tal vez una zorra… o una golondrina», concluye Karin Smirnoff.
Siento decirlo, siento ser tan contundente, pero después de los tres libros de Stieg Larsson, el resto de la saga es indigerible.